En la dosis de morfina que consumen cada noche sus desvelos,
las pulgas, le chupan los perros al sueño y el día lo sorprende
con el cenicero desbordando cenizas de humo líquido.
Mas aun los libros leídos a la mitad, los rayos que pegan contra la
antena parabólica de su mente, los eclipses televisivos que consumen
al tiempo,los paradigmas del caos sustituibles solo por tormentas secas
como su lengua de anfibio, tienen, en su sangre, el hielo del desierto.
Atan amordazando a su mirada, que morirá
de un broncoespasmo, al tragarse los
vómitos de los gritos que nadie mira
en sus ojos.
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