A la plaza Buratovich,
espacio exterior
de mi niñez.
Un tobogán de arena llueve sobre la plaza
que está poblada de aritméticas y bancos vacíos.
al cruzarla, vagabundo de olvidos. Presiento
que los árboles no existen si en ellos no silban
el viento o la velocidad quieta.
Enciendo un cigarrillo de bruma
y el humo se comprime en vez de hamacarse.
me quedo inmóvil ante semejante rareza
hasta que justo un perro le ladra a una estatua
y así me devuelve a la caída.
Al retrotraer ,estoy a noventa grados y por la inclinación
del ángulo que media el mundo, veo deslizarse
al niño que alguna vez habité.