miércoles, 9 de diciembre de 2009

Flujo fantasma en el reloj de arena


De los andariveles del tiempo ya muerto,
sepultado,y en pleno proceso de descomposición,
me aferro. Como la raíz aquella que levanta las veredas
se aferra de la tierra, que, aunque lo hayamos olvidado,
duerme bajo los cimientos de la ciudad.

Trato de detenerlo, como un alquimista intento
quebrar  las leyes de la química. Intenté congelarlo,
pero tarde o temprano algún rayo de sol lo toca
y boicotea mis planes. Intenté también
embalsamarlo. Deliré, y se me ocurrió exhibirlo 
(cumplida ya mi tarea) en un museo junto a los
Marcianos y dinosaurios que ya muestro tras una
vitrina en mi laboratorio. Pero los gusanos ya
avanzaron demasiado por los mecanismos del reloj:
por sus agujas, sus engranajes y sus números romanos
de papel. Es por eso que mi empresa se torna imposible,
pues, tan solo exhibiría  pedazos de metal derretidos envueltos
en cenizas, deformes, como una vela al endurecerse su cera, con
esa ínfima llamita haciendo las veces de cabeza en un cuerpo
oriental mutado tras ser alcanzado por la radiación.

Mostrar eso seria mostrar un paisaje tétrico, repulsivo,
Lo aseguro.


Ahora ya se hizo tarde, lo se. Pronto,
quedarán tan  solo los huesos que
inminentemente roerán las bestias indomables
que habitan mi mente. Y  material,
tan solo los fósiles en mi memoria.